lunes, 13 de junio de 2011

Recaída Constante

Constante recaída

Lunes al amanecer y otra vez mi soledad deshabitada. Otra vez el reloj traspasó las doce y las agujas abrieron entre ellas medio día de distancia para llegar juntas a la hora exacta. Lunes al amanecer y volver a sentir la nostalgia por la compañía deseada un domingo por la tarde. La mañana me atrapa con el libro entre las manos, con la palabra en la boca y los ojos fríos buscando abrigo entre las lágrimas.

El lunes es un día que huele a carroña, como si todas las muertes del domingo estuvieran adheridas a la piel y estuviéramos obligados a cargar con ellas, una a una atadas en la cabeza, y con ellas el miedo de “el tiempo se nos está pasando y no hicimos nada”, el afán por ser, por hacer, ir, venir, llegar. No logramos librarnos del fantasma del domingo ni de la esperanza puta de “esta semana será buena.”

El día perfecto para ver como la mujer que amamos en soledad volvió a andar con el idiota de antes; para sentarse a tratar de educar el oído hasta que logre escuchar un solo instrumento, para que así, nuestra vida deje de ser la sinfonía perfecta de la orquesta y se convierta en una línea infinita de solos instrumentales.

El mundo me ha entristecido, en mi afán por llegar al zenit me convertí en el más hermoso crepúsculo, en la recaída clavada, en el idiota que se fija en detalles como que una compañera de clase piense que la mano negra en este país no existe, el perfecto idiota, el que mira por error adentro de los bares y se encuentra sorpresas nada gratas, el que le invitan una cerveza pero tiene que estudiar.

Ese en pocas palabras es mi día, una canción en riplei, una prostituta que se maquilló pero no consiguió cliente, el discurso perfecto que tenía que decirse dos cuadras atrás.

Rolando Torres