martes, 10 de mayo de 2011

VIOLETA


Uno vuelve siempre
a los viejos sitios
donde amo la vida”
Mercedes Sosa


Al caminar por las calles de esta ciudad, noto con algo de tristeza que las cosas han cambiado, por ejemplo la voz firme que en mi niñez escuchaba gritar: “helados de coco, guanábana y queso”, ya no es la misma. Aquella voz se ha convertido es una voz cansada, triste y apagada. Quizás por haber trabajado toda una vida pregonando sus helados, sin ningún megáfono; ningún amplificador; ningún altoparlante, en la misma bicicleta y sin ningún progreso. Mentiras, ahora que recuerdo si tuvo progreso, fue una  moto Suzuki TS-175 blanca, pero al poco tiempo fue acusado de jíbaro, lo encarcelaron por algunos años, su moto fue confiscada y cuando salio volvió a su antigua bicicleta y a su antiguo pregón.

Al subir por la calle once y llegar al parque Revolución, noto con extrañeza que la cancha de fútbol, aquella de polvo que realmente eran dos pasamanos dañados convertidos posteriormente en arcos donde el equipo perdedor esperaba su turno, fue remodelada. Los antiguos pasamanos ya no existen, además paso de ser la única cancha de fútbol en el mundo que tenia una orientación oriente-occidente, a ser una cancha normal, una cancha que esta con orientación norte-sur.  Los niños que jugaban en esta antigua cancha, que eran los mismos que jugaban lleva salteada[1], todavía visitan el parque, con la única diferencia que ahora lo hacen para fumar marihuana o para hacerle compañía a los abuelos o a los borrachos de turno que se la pasan tomando algún trago barato o chinchorro.

Al terminar de cruzar el parque Revolución, y toparme de frente con la casa de mi abuela, empiezan los recuerdos más tristes. En esta casa las cosas si que han cambiado. Empezando porque los dos árboles que habían en el patio ya no existen, uno de aguacate, que fue el que me libro de que me operaran de una hernia apenas recién nacido, ya que según rezaba la formula si el niño nacía con hernia, se le dibujaba la figura del pie derecho en el palo, después se sacaba el pedazo de cáscara y se enterraba y a medida de que el palo fuera sanando la hernia lo hacia igualmente. El otro árbol era el de mango, ese lo había sembrado un día mi abuelita para que algún día sus nietos comieran de esos mangos ya que ella nunca iba a probarlos. Pero por cosas de la vida los árboles ya no existen, el de aguacate porque estaba dañando los cimientos de uno de los vecinos y el de mango porque le hacia mucha basura a doña margarita - pero eso si no se quejaba cuando la basura iba con mangos de por medio - entonces ambos fueron cortados, pero mi abuelita aun vive. El de mango nos gustaba mucho, a mis primos y a mi, a el nos subíamos con algo de sal en un tarro y la excusa de bajar algunos mangos pero la verdad era que lo hacíamos por ver a Tania. Tania era la nieta de doña margarita, era una niña muy preciosa, su piel era totalmente blanca, sus ojos eran de un verde profundo. Un día se mudo con su mama y no volvimos a saber de ella. Doña margarita, una señora que no mide más de 150 cm., y que de cariño, le decíamos margarita millón aun vive en aquella casa. El garaje de la casa de mi abuela tuvo muchas funciones, primero sirvió durante mucho  tiempo como cancha para jugar fútbol y muchas veces cabecita, tenia una línea blanca hecha con tiza, que marcaba la altura de la cancha; después volvió a su función de garaje para guardar aquella camioneta Ford modelo 49 y ahora se convirtió en una peluquería. Aquella casa que era una casa de mucha alegría; de olor a natilla, manjar blanco y buñuelos, donde muchos recibimos el niño dios por muchos años; con sabor a café y polvo de ladrillos; de sábados de fritanga y domingos de ida a la finca; de niños de tercera generación jugando a las escondidas y a los pistoleros se ha convertido en una casa de una tonalidad gris tristeza; una casa con una abuela enferma; una casa sin árboles y  llena de historias y de quejas y de reclamos a un dios olvidadizo.

Al terminar de cruzar aquellos recuerdos tristes y al entrarme en el final de la calle doce revolución, observo que las nuevas generaciones ya no juegan a las banquitas, por lo tanto ya no son perseguidas por la policía que siempre era llamada por don Ricaute. Don Ricaute que todos los recordamos con el sobrenombre de “El Ingeniero”, ya que no había obra en el barrio que el no fiscalizara, por lo tanto sabia perfectamente donde estaban todas y cada una de las válvulas del agua, sabia cuando, como y porque habían ampliado la carrera primera. Hasta el punto que un día había desmentido a un verdadero ingeniero que con planos en mano le altercaba la posición de una de las válvulas, ese día todos apostábamos por don Ricaute “El Ingeniero”, ya que el en cuestión de obras no se perdía ni la pegada de un ladrillo. Ahora con la muerte de Don Ricaute y con la burocracia de este pueblo, ya nadie sabe por donde pasa el agua ni hacia donde se dirige.

Muchas cosas mas han cambiado, por ejemplo la calle donde yo me crié, la misma donde se criaron mis hermanos y que daba contra una loma, ya no es de un metro de ancho y ni se inunda con cada lluvia de Mayo, esa calle que queda al final de la calle revolución donde termina el valle del cauca y empieza la cordillera central, se ha transformado como parte del progreso y una que otra mano que puso mi mama estando en política. Después de muchos alcaldes, hace poco la ampliaron y la pavimentaron, las vacas de aquel corral de invasión que quedaba en las faldas de la cordillera ya no existen, ni siquiera Taison que era el perro que cuidaba de aquel corral, la última vez que estuve en Buga me di cuenta que se había extraviado, se canso de estar sin vacas y sin comida y decidió marcharse. Pero otras pocas cosas no han cambiado, por ejemplo los niños de la escuela Revolución, al salir de clase siguen utilizando la placa (bueno el cemento que la sostenía, por que ya se la robaron) que conmemora el parque como maquina de escribir para sus juegos; de regreso a casa, al igual que las antiguas generaciones, se llevan hasta su casa alguna piedra o algún tarro que han traído a patadas, cual balón de fútbol, desde la puerta del colegio; en los descansos siguen jugando al fútbol con balones de basketbol desinflados; y lo que aun no cambia, y no cambiara por algún tiempo, al menos hasta que muera, es que Violeta, aquella niña de la cual todos nos enamoramos cuando pasaba en su bicicleta por el parque, aquella niña de tez morena, cabello rizo, ojos color miel, latina de raza y que un día, cuando cursábamos cuarto de primaria en la escuela Revolución, mientras jugábamos a la lleva salteada una tarde de marzo,  su mirada le fue robada por una bala asesina que buscaba el cuerpo de Jorge alias “Gari”, un Jíbaro de profesión, que logro esquivar esta primer bala, las otras cuatro impactaron su cuerpo y callo en el centro de la cancha de polvo que en ese tiempo aún tenía su orientación inicial Oriente-Occidente. La bala por fortuna, o por desgracia, no se que opinión tenga Violeta, no logro quitarle la vida, entro por el ojo izquierdo, el lugar donde se guardan los sentimientos, la compasión y el olvido; y salio cerca de la oreja, el otro ojo lo fue perdiendo lentamente. Desde ese día Violeta sigue saliendo al parque Revolución de manos de su padre, un viejo cansado por los años, quizás con la esperanza de que algún día cualquiera,  aparezca ese niño de aquel cuento de hadas que su mama le contaba en las noches, un niño que invento una niña, que a su vez invento las mariposas, pero lo que ella pide es que el niño la invente de nuevo a ella pero con sus ojos y con olvido, o tal vez espera que una tarde de marzo la bala perdida que ella encontró le devuelva su mirada. Y poder ver de nuevo la tarde que cae en el parque con niños, con árboles y sin balas.


[1] Modalidad de lleva donde se juega sólo en el pasto, es prohibido tocar los pasillos de cemento del parque Revolución, de lo contrario la lleva

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